domingo, 9 de septiembre de 2018

Tacones negros



Hoy la miré de nuevo… Esta vez con sus tacones negros. Sus 50 le hacen ver esplendorosa. Su falda ya no es corta como antaño, y su escote —esta vez— me permite ver sólo recuerdos. Su melena alborotada luce canas; el maquillaje de la cara se ha ausentado. Su sonrisa es franca, dibujada por la exquisitez de sus delgados labios.
Sonrío en la distancia, pues el grácil contoneo de sus caderas me transporta hacia el pasado: «¿Recuerdas mis caricias afelpadas?», pregunta sin sonido que se abraza al viento en un intento por llegar a sus oídos. Ella gira la cabeza rumbo al norte; mis manos tiemblan, acariciando el cofre que aún conserva aquel adiós sin despedida.
La quise tanto, que no dudé cuando dispuse de mi vida:
—Lo lamento mucho; su afección cardiaca la tiene sentenciada. Es cuestión de días, cuando mucho unas semanas —me había dicho el especialista.
Recuerdo el día: La llamada de “advertencia” fue perfectamente calculada. El galeno refutaba la noticia: «No discuta conmigo, doctor; mi decisión está tomada.» Sin más preámbulo colgué el auricular.
Sobre mi almohada, una nota decretaba: «Vive feliz; mi corazón te pertenece.» Después de ingerir el contenido de aquel frasco los paramédicos llegaron ipso facto. El procedimiento de resucitación se confirmó no necesario.
Desde entonces, ella viene al malecón, lugar donde los besos se bebieron nuestras ansias. Sus ojos brillan; ella sabe que mi amor se mece en el vaivén de aquellas olas, y el eco del acantilado reproduce sin cesar: «Aquí te espero.»



Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública

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