Vienes hacia mí, con tus
manos cubiertas de lodo. Tus prendas desgarradas hacen juego con el alma hecha
jirones. Me pides que te bese como antaño, en esos labios que han perdido su
color y su frescura. Retrocedo un paso, para mirar de punta a punta tu silueta;
me pregunto en qué taberna se ha extraviado tu cordura.
El norte ya no existe en
nuestra brújula; testigos mudos son las manecillas del reloj, las cuales
detuvieron ese andar con tu partida. Los años han dejado nieve en mi cabello,
haciendo alarde del congelamiento prematuro de ese mísero dolor que se quedó en
mi pecho.
Las golondrinas se mudaron
en otoño. Las hojas secas han cubierto nuestro nido. ¡No existen versos que
revivan el olvido! Las cicatrices sienten pena en cada borde.
Ahora, el cigarrillo que me
fumo es más ardiente que el infierno; ya no me queman esas flamas traicioneras.
Entre cenizas se ha perdido nuestro ego.
¡Anda! Bebamos una copa; el
destino nos invita. Te contaré de mis desvelos, de todo lo que hice para
deshacerme de un letal amanecer de desconsuelo. Evocaré nuestros recuerdos, y
te regalaré una rosa; mas cuando el vino se consuma en nuestras bocas, no mires
hacia el suelo, porque tus huellas siguen viéndose en las rocas.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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