«Análisis existencial.» Así define su transitar por el camino
que ha dispuesto la vida para ella. Se cuestiona, y sus reflexiones evocan mil
recuerdos que la llevan de la mano hasta su infancia… —Si mi padre nos hubiera
dado el tiempo y el cariño necesario. Pero, ¿qué sé yo lo que sentía mi padre?,
si muy poco pude ver sus pensamientos—. Se dice a sí misma, entendiendo que la
vida no es tan fácil.
Cubre su
rostro con ambas manos, sin darse cuenta que los múltiples colores embadurnados en sus dedos dejan huella.
Deposita sus codos sobre la pequeña mesa de trabajo, al tiempo
que las compuertas de sus grandes ojos se abren para franquear el paso del
líquido salino. Sin embargo, esboza una sonrisa, producto del contacto visual
con tres pequeños que danzan sin cesar entre los frescos.
—Te extraño, madre. Qué feliz serías entre tus nietos—. Una
frase que repite cada vez necesita de un abrazo. Sus dedos se deslizan sobre
sus mejillas, en un intento por enjugar las lágrimas silentes que conllevan la
amargura. Se alborota la melena de rizos más que dorados… Levanta la frente,
irguiendo el pecho, y canta. Se trata de una canción de Rock que sonaba en los
80’s. Le llena de energía, pero termina tarareando los compases de aquella
melodía clásica que trae ceñidos mil recuerdos.
Reflexiva, observa las paredes de su casa —¡Los convertiré en
murales! Así perdurarán mis obras— musita para sus adentros. Escucha voces…
—¡Anda, Gaviota, llegó la hora de extender tus alas!—. Ella mira en todas
direcciones, mas no hay nadie, y de nueva cuenta escucha… —acá, mira, somos
nosotros, alma de tu alma. Somos tus obras de arte, y te amamos con locura.
En
honor a mi querida Gabriela – Gaviota
Multicolor, con todo el amor y respeto que se le puede tener a una
gran artista. Mujer, madre..., soñadora.
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