viernes, 24 de noviembre de 2017

Espectro en tango


Camina, ensimismada entre recuerdos que se clavan como dagas. Son las dos de la mañana. Las calles lucen solas, es la hora predilecta del pecado. La luna brilla, las farolas a lo largo de la calle se transmiten entre sí su refulgencia. El titilar de sus bombillas cual susurros le dan la bienvenida. Los gatos del vecindario se congregan en las azoteas, es un cónclave nocturno en donde para muchos, el miedo se respira.
La estela del invierno se refugia en los cristales de los autos aparcados, también quiere ser testigo del sui generis ritual de aquella dama. Los perros que la miran han bajado las orejas…, sus ojos brillan, atisbando en todas direcciones, como guardianes adiestrados de mirada celestina.
La dama misteriosa se desnuda. Blancos muslos, de textura como seda, pero duros como el mármol. Pechos firmes, tan redondos como esferas navideñas. De la comisura de sus labios pende un hilo. Sangre pura, cual cascada que termina en sus pezones.
Ella agudiza su oído, en espera de que el viento con silbidos entone para ella esa vieja melodía. Es un tango, exponiendo su desgarro a través del bandoneón que llora triste. Los violines en comparsa se aconsejan, pues no quieren exceder los decibeles.
Los tacones de la dama se deslizan, hacen juego con el púrpura encendido de su sangre. Con sensuales movimientos lleva el ritmo. El acorde final se vuelve extenso, ella inclina la cabeza en reverencia. Su melena en caracolas cubre el rostro, en intento por cubrir su amarga pena.
Canta el grillo, anunciando que el ritual ha terminado. Ella llora al despedirse en la palestra, al recordar que por amor hace diez años, dispuso de su vida al descubrir que el ser amado, poseedor de su tesoro virginal, se había casado.

©Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública



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