Me
paro frente al espejo, y descubro que la nieve del invierno se ha posado en mi
cabello. Los cambios conductuales de la sociedad me asfixian, la indolencia me
desgarra las entrañas «Tantos que
necesitan de mí, y yo sin nada para dar.» Esa frase me flagela.
Entro a las redes sociales, el
protocolo autoimpuesto me obliga, primero, a mirar los comentarios antes que escribir.
Una mancha voraz devora los buenos momentos. —Enfermedades, pobreza, desempleo…,
producto de los malos gobiernos—. Así lo dicen mis contactos, amigos virtuales
activos y pasivos que a su manera luchan por cambiar el aroma putrefacto que se
respira en el medio ambiente, esa contaminación que transita libremente por
doquier, sin pasaporte, porque no tiene nacionalidad.
—Estrés, es la enfermedad del siglo—.
Comenta la mayoría…, miro hacia atrás, y en la fila muchas enfermedades más se
disputan la victoria sobre la vida.
Mi
mente se remonta a esa parte de la historia que aprendí cuando pequeño. “Sodoma y Gomorra”…, —Y alzó Lot
sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el
huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que Jehová
la destruyese—. Y no se trata de
religión, la cual a duras penas practico, «es un mega Déjà Vu», exclamo fiel a
mi estilo.
Algunos
de mis amigos se han marchado para siempre «Quizá eso sea lo mejor» Vacilo…
¡Uf,
qué pesada es la carreta! Mi espalda se siente cansada. Aún así continuaré proclamando
soliloquios… —¡No te rindas, lucha, porque por algo estás vivo!— Me digo…
©Roberto
Soria – Iñaki
Imagen
pública.
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