En un corazón destrozado brotan coágulos de
muerte..., se torna macilento, sin el hálito de vida que le permita sostener el
palpitar equiparable al tic-tac de aquel reloj sin manecillas que pendía de los
hilos hechos con suspiros vanos.
Y duele, se achica, porque el flujo inefable de partículas
sedientas del amor que necesita se estaciona.
Y lo etéreo del —te quiero— se quebranta, al igual que la
hojarasca cuando cae del viejo roble que le ofreció su sempiterno aliento para
convertirlo en algo efímero.
Corazón en coma, repitiendo sin parar las
cinco letras del —te amo—. ¡¿Dónde está tu resiliencia?! Si tu nictofilia ante
su ausencia te hace presa.
¡Grita, corazón! Traspasa la barrera del sonido, irrumpe con el
último latido en la distancia, y dile que le amas como nadie habrá de hacerlo,
porque el palpitar de tu acendrada estirpe, no conoce del olvido.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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