miércoles, 24 de abril de 2019

Salud mental



Con las alas rotas emprendió su lastimero vuelo. Era tiempo de mirar hacia adelante, de vibrar con el dinero, de sepultar un cúmulo de anécdotas grabadas en lo terso de su piel y, por supuesto, en los pocos megabytes que alojaba en su memoria.
Echó un vistazo en torno de la vieja verja; centinela del psiquiátrico. Las compuertas de sus lagrimales no pudieron contener el llanto; raudales de recuerdos se anegaban en los bordes de sus ojos… Miró sus antebrazos; los vestigios de las hipodérmicas no se habían desvanecido. Y qué decir de sus muñecas, delineadas en tonalidades de color azul intenso; huellas de cordeles que le ataban al camastro secular; bien lo recuerdo.
Sus manos temblorosas sujetaban el diagnóstico del médico: «Esquizofrenia Paranoide». Difícil de creer, pero la cruda realidad se presentaba sin piedad haciendo añicos su ensanchado ego. La inconsciencia de sus actos era un burdo manifiesto; palabras al azar —¡Yo no quise causar daño! ¡Fue la puta enfermedad…! ¡Yo no puedo ver lo que otros ven en el espejo!—: justificaciones que pugnaban en el centro de su ser haciendo eco.
Tras de sí, dejaba un ejemplar de la desgracia…, su compañero. ¿Hombre malo, bueno? Yo quién soy para juzgar; solo intento presentar una triste realidad en blanco y negro.



Título de la imagen:
Los locos, locos retratos de
Gericault.


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