Él te amó, no tengo duda... Lo miré llorar
ante tu ausencia, de rodillas, implorando que la muerte le llegara para no
sentir dolor.
Sí, te lo
repito, él te amo, como lo hace el surco al recibir en su regazo la semilla que
habrá de fecundar el fruto, como la madre que recibe entre sus brazos al bebé
recién nacido...
Te amó, yo sé bien lo que te digo..., pero te fuiste, sin dejar
una razón que le aliviara el corazón para no sufrir a diario.
Llegó el verano... Una mañana soleada le
tocaron a su puerta; él, por demás malhumorado, abrió para maldecir a quien sin
previa invitación había llegado.
La sonrisa de unos labios seductores lo
esperaba —soy su vecina de al lado—. Pronunció con voz que denotaba bálsamo.
Contarte lo demás me resulta innecesario,
sólo te diré que desde entonces, él y yo somos felices, mientras tú sufres a
diario.
Roberto
Soria - Iñaki
Colección de microcuentos
Imagen pública
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