miércoles, 2 de mayo de 2018

Desvaríos



Oquedades que pretenden ser llenadas con quimeras, patologías que se sostienen cual capullo por una fina tela de araña, muchas veces, ostentando pena ajena.
Escenarios existentes traspasando las fronteras —cuerdo, o loco—, no lo sé, de todo un poco.
El viento sopla fuerte, está viciado, muchos químicos en el ambiente lo mantienen enturbiado, motivo suficiente para hacer un viaje, lejos, tan lejos como sea posible para no ser alcanzado pero…, algo me retiene, me sujeta de tal forma que mis manos y mis pies se han anudado.
Al fin logro soltarme, dolorido, mas no por las cadenas que ciñeron pies y manos, sino por los gritos, esos gritos infrahumanos provenientes de gargantas fustigadas por el fuete, instrumento que silencia los reclamos.
Emprendo el viaje, viaje largo. Sobre mi espalda cargo el peso en la mochila, ¡y vaya que es pesado!, puras cosas mundanales, sostenidas por tirantes que descansan en mis hombros, tirantes espirituales.
Logro vislumbrar unas montañas, a menos que mis ojos al igual que muchos otros, me mantengan engañado, conocidas añagazas para confundir a mis neuronas que reposan dormilonas por el vino y el tabaco.
Cada paso en la subida sirve de comprobación para entender que no se trata de alucinación alguna. Por fin llego a la cima, palco privilegiado. Mi vista se decanta por el valle, y mi mente entra en conflicto… —No hagas caso, es tan sólo un hormiguero, y puedes machacarlo con la palma de tu mano—, voz que con el eco gubernamental me mantiene anquilosado.
Me tumbo sobre el suelo, huele a tierra. El follaje se menea, la serpiente venenosa me ha mirado. —No me temas —ella sisea—, que mis genes por fortuna para ti, no son humanos.


Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública

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