Estoy en el traspatio de la mente, tejiendo
conjeturas con el hilo que dejó la araña en el cajón de la consciencia. Mis
elucubraciones, partidas por la esquizofrenia, esperan en la fila interminable
de los sueños que buscan la reconstrucción del paraíso celular; aquel donde la
sangre fluye como río entre los túneles de mis angostas venas.
Las voces a mi alrededor retumban, generando
confusión a mis oídos que se abren como flor en primavera. Mi vista se ha
posado en la crisálida que lucha por sacar sus alas del confinamiento necesario;
quizás para volar hacia los prados prohibitivos divididos por fronteras
neuronales.
Detrás de las montañas imposibles de escalar
se ubica el arcoíris; qué ganas de trepar en él, y salpicar mi cara de colores
vivos mientras monto al unicornio que creció junto conmigo, pero el eco del
suicidio se interpone y yo, me desgarro las entrañas y renuncio a su
inquietante invitación de perecer en el olvido.
Mis manos temblorosas ungen bálsamo gratificante
en cada lóbulo de mi corteza cerebral que contrapone mis sentidos; patíbulo
donde los cuerdos juzgan mi derecho a respirar, argumentando deficiencias
crónicas que no pedí cuando al nacer, me fueron endosadas sin clemencia.
Mendicidad intelectual; zurciré tus mil desgarros
con el fin de procurar un traje nuevo para ti, y con ello, asistir al bacanal de
la insurrecta sociedad que finge bienestar ante el enfermo.
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