jueves, 23 de abril de 2020

Amor incondicional




No todo había sido bueno en la vida de Marta; la ilusión de su primer amor había quedado atrás, muy atrás, en lo oxidado del camino donde derramó sus lágrimas. Hacía tiempo que había dejado de culpar a Josep, su exmarido; un tío hosco, demasiado tozudo y de costumbres enraizadas que le había propuesto nupcias después de dos años de noviazgo.

Marta recién había concluido la universidad cuando contrajo matrimonio. Pretendía ejercer su profesión como licenciada en pedagogía, pero Josep, quien era un empresario acaudalado, la convenció de desechar la idea, argumentando que su posición social, privilegiada, daba para que ella se consagrara en los deberes del hogar sin la necesidad de un curro.

Todo pintaba de maravilla. Después de seis meses de casados, ambos celebraban con júbilo la inesperada noticia; Marta estaba embarazada. Josep se desbordó en caricias, en promesas, imaginando que el bebé sería varón, el cual, llegado su momento, se convertiría en heredero universal de toda su fortuna.

—Le nombraremos Pedro, ¡como mi difunto padre! —decidió Josep sin consultar a Marta.

Los años pasaron de largo, y con ellos, la felicidad que iluminó sus vidas un poco más de dos lustros. Pedro había cumplido los trece; no hubo tiempo para festejar, ni motivos. Su madre lloraba tumbada en la butaca del salón, sosteniendo entre sus manos unos folios que marcaban sus destinos para siempre; se trataba del divorcio.

Después de la ruptura, Marta, había conseguido contratarse como vendedora de bienes raíces, y con ello, lograba cimentar su economía. Quería darle lo mejor a su hijo… El recuerdo del recuento se desvaneció; la voz del director en el micrófono llamaba su atención. Anunciaba el nombre de Pedro, graduado con honores por su excelencia académica… Licenciado en leyes.

Al término de la ceremonia, Marta y Pedro se fundieron en un abrazo. Entre ambos habían logrado rescatar a la felicidad perdida; labor nada sencilla, pues la lucha en el camino les había dejado muchísimas heridas.

—¡Por fin; lo has obtenido! ¡Enhorabuena! —le dijo cariñosa. Pedro la besó en las manos, después en las mejillas.
—Gracias, madre.
—¿Por qué? —preguntó mientras ella se secaba con el dorso de la mano el líquido salino.
—Por amarme; por darme todo; por aceptarme sin importar mi orientación sexual… Gracias, madre, por haberme concebido.

by Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


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