sábado, 15 de junio de 2019

Patas blancas




Y ahí estaba, expectante, sentado, como dispuesto para atacar; dudé en pasar junto a él. Lucía flaco, por ende, muy hambriento. Su pelaje —totalmente negro a excepción de sus cuatro patas— era sucio, demasiado, engominado por residuos pegajosos. Me observaba, con esos ojos de mirada inescrutable; sentí temor, lo que me obligó a parar por un momento y decidir si continuar por esa acera, o bien, cruzar la calle.
Opté por la primera opción; la lección a recibir estaba escrita. Al pasar junto a él se levantó ipso facto para abalanzarse sobre mí; por instinto, lancé una patada, golpeando con certera puntería su hocico, lo que le obligó a recular hasta postrarse en el suelo. Petrificado por lo acontecido lo miré extrañado. Lamía sus patas delanteras para después, frotarlas en su cara. Gemía…, lloraba.
Me acerqué hasta él; mi mano temblorosa acarició su espalda. «Hola, “Botas”», le dije como muestra de arrepentimiento. Se levantó, bailoteando jubiloso entre mis piernas al tiempo que movía la cola. Sus orejas gachas se enderezaron con gracia.
—Es huérfano; sus antiguos dueños se mudaron. Decidieron no llevarlo; desde entonces vaga solo —escuché decir a mi espalda.
—¿Perdón? —espeté extrañado.
—Disculpe; buenos días. Soy Francisco, veterinario en el negocio de la esquina.

Después de las salutaciones acordamos un servicio: Baño, vacuna, una correa y…, alimento, agotando el efectivo en mi cartera. Después de un par de horas, “Botas”, lucía muy diferente.
«¡Anda, la casa nos espera; enséñale al humano!», le dije convencido. No tuve la necesidad de tirar de la correa, por sí solo caminó a mi lado.


Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública

No hay comentarios:

Publicar un comentario