Hoy, he bebido mi café, no sin antes
pronunciar en un saludo el “buenos días”. Diré que, antes de sorber el
contenido, acaricié los bordes de la taza que estaba frente a mí; parecía que
sonreía. Pensé en Aída del Pozo, mi querida amiga, y sin darme cuenta comencé
este soliloquio:
«¡Anda, Aida; disfruta! Que no te importe lo
que digan de tus ñoñerías. Resolver el crucigrama de la vida no es tan fácil;
lo mundano gana poco a poco la batalla. Hoy, los detalles escasean. El
romanticismo —como los buenos modales—, ha perdido ese valor incalculable que
servía como pretexto para ganar corazones».
«¡Qué caray…! Sin duda soy un ñoño igual que
tú, porque de tazas aburridas está llena mi oficina; tazas decoradas con
figuras alusivas a los viejos cuentos, esos que de niño le sirvieron a mi madre
para que yo, en cada noche, pudiera conciliar el sueño».
«Os diré un secreto: Hoy que soy mayor, sigo
viviendo de cuentos. ¡Pero no de los de ahora!, donde el príncipe “supuesto” se
remite a echarse un polvo con la bruja de la historia; no. Sigo en pos de la
princesa, confinada en una torre custodiada por dragones».
«Pero… ¡Basta ya de boberías, Aída! Porque se
me va la olla».
Roberto Soria – Iñaki
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