miércoles, 19 de junio de 2019

Un cuento de Hadas




Hoy, he bebido mi café, no sin antes pronunciar en un saludo el “buenos días”. Diré que, antes de sorber el contenido, acaricié los bordes de la taza que estaba frente a mí; parecía que sonreía. Pensé en Aída del Pozo, mi querida amiga, y sin darme cuenta comencé este soliloquio:

«¡Anda, Aida; disfruta! Que no te importe lo que digan de tus ñoñerías. Resolver el crucigrama de la vida no es tan fácil; lo mundano gana poco a poco la batalla. Hoy, los detalles escasean. El romanticismo —como los buenos modales—, ha perdido ese valor incalculable que servía como pretexto para ganar corazones».

«¡Qué caray…! Sin duda soy un ñoño igual que tú, porque de tazas aburridas está llena mi oficina; tazas decoradas con figuras alusivas a los viejos cuentos, esos que de niño le sirvieron a mi madre para que yo, en cada noche, pudiera conciliar el sueño».

«Os diré un secreto: Hoy que soy mayor, sigo viviendo de cuentos. ¡Pero no de los de ahora!, donde el príncipe “supuesto” se remite a echarse un polvo con la bruja de la historia; no. Sigo en pos de la princesa, confinada en una torre custodiada por dragones».

«Pero… ¡Basta ya de boberías, Aída! Porque se me va la olla».

Roberto Soria – Iñaki

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