Ella, —«Asesina de mis sueños.»— no sé porqué, pero así me dio por llamarla.
Se presentó en esa calle solitaria apenas iluminada por las farolas de neón
apostadas en cada una de las 4 esquinas.
Yo andaba medio enfadado, acompañado
de un equipo especial para filmar, de esos que logran grabar sin importar lo
espeso y frío de la oscuridad. “Un martes
en mi arrabal” Así bauticé aquel vídeo hace ya 14 años, con una leyenda al
calce que cita oportunamente…, “sin fecha
de caducidad”.
No tuve que esperar por mucho para ser testigo de una historia singular.
Un auto negro de marca muy conocida se aparcaba en el lugar; eran las 9 en
punto.
Vi descender el cristal de la
ventanilla al lado del conductor. La luz de la cerilla iluminó por tan sólo
unos instantes el rostro del tripulante quien se dispuso a fumar. Hombre mayor,
no le calculo la edad.
Después de algunos minutos apareció
una mujer, vistiendo una falda tan corta que dejaba al descubierto su
consciencia y algo más. La redondez de sus pechos luchaba contra el sostén, y
sus tacones de aguja marcaban el territorio con surcos imaginarios para
fecundar la miel.
Llegó un tercero en discordia…
gabardina en tono azul, zapatos de charol bicolor, pantalón inglés holgado y un
sombrero de ala ancha. Mi cámara los enfocaba, testigo mudo de un baile de
caricias y palmadas.
Los grillos se silenciaron, ¡se
avivaron las farolas!, y sin decir más que un “hola” se fundieron en abrazos. «¡¿De
dónde viene la música?!», me pregunté. Era un ritmo cadencioso que invita
al enamorado, con sonidos de pianola, de chelos y Stradivarius. —Te amo—. Lo
escuché con claridad, mientras ella le correspondía con un beso sin maldad.
Mis ojos se abrieron al máximo..., no
sé cómo lo hizo, pero el hombre apareció una rosa entre sus propios dientes
mientras que sus blanquecinas manos acariciaban de la mujer…, el vientre.
Se apostaron en un muro, cobijados
por las sombras, pero la luna indiscreta sin querer perder detalle, los
traiciona.
Los tacones se deslizan dejando los
pies descalzos, y la falda celestina se levanta para dejar al desnudo los
ardientes cuestionarios. Se le nota entusiasmada.
¡La música cesa, el silencio se
agiganta!, y el hombre del automóvil los mira fijo a la cara —¡Malditos!— Les grita lleno de rabia.
Desenfunda su pistola, y sin piedad les dispara, ¡no les da tiempo de nada!, y
cuando sus cuerpos caen…, ella levanta la cara —¿Por qué lo hiciste, mi
amor?..., era mi hermano mayor que vino a felicitarte; porque estoy embarazada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario