miércoles, 30 de septiembre de 2020

Introspección



Las manifestaciones sociales, sin excepción, tienen sus porqués: nada surge de la nada. La muchedumbre se desborda en las comunidades para clamar por sus derechos humanos, los cuales, han sido violentados sin ser atendidos en tiempo y forma por las instancias asignadas para tal efecto.

 

Ante la incapacidad de los gobiernos por subsanar dichas arbitrariedades, parte de la sociedad reacciona y actúa: en algunos casos de manera pacífica, otros (los más) a través de la violencia y el encono. En un análisis descendente, juzgando solo las formas, el resultado sería, sin duda, reprobable: se volcarían locuciones como: «La violencia no se soluciona con violencia», lo cual es cierto, pero: ¿y el fondo? ¿Qué hay de las necesidades no previstas o ignoradas? ¿Qué sucede con esas multitudes ávidas de justicia social?, incluidos el respeto y libertad.

 

Cierto es que, por razones obvias, no se pueden confeccionar modelos distintos de gobierno para cada segmento de la sociedad en un mismo país, por lo cual, rige el conveniente, ejercido en un contexto limitado por la población en cuestión y, acorde a la cultura e intereses de cada nación: sin embargo, el problema medular estriba no necesariamente en el modelo político determinado, sino en la demagogia, en el incumplimiento de las leyes diseñadas para garantizar, en la medida de lo posible, la justicia y el progreso, sin olvidar la seguridad individual y colectiva, así como los temas inherentes a la salud, la educación y las oportunidades de empleo.

 

La mayoría de los gobiernos no están interesados en el bienestar de sus pueblos: buscan con afán el poder y la sumisión de los ciudadanos: la ignorancia es para ellos el escenario perfecto para imponer sus propias leyes y preceptos a través de las simulaciones, de sus argucias, sin importar que se pierdan vidas en su afán de ser electos.

 

Roberto Soria – Iñaki

Imagen pública

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