lunes, 19 de junio de 2017

En las garras de Morfeo



—Mujer, ¿por qué deslizas una lágrima en tu almohada? —Es porque me siento incomprendida—. Le respondió la mujer al gran Morfeo.
La mujer había sufrido, era evidente. Realizar una lista de sus males sería el equivalente a un gran compendio. Siguió soñando, remendando lo raído de sus penas, abriendo sus valijas viejas, algo muy difícil para ella debido a las dolencias en sus manos por el reumatismo tan perverso que llegó para quedarse, aún ella sin quererlo.
La mujer hizo una pausa en su faena, en medio de su alucinación llegaron los recuerdos. Uno a uno hicieron su aparición los protervos… —¡Les di toda mi confianza, abrí las puertas de mi casa para ellos y a cambio del favor qué es lo que hicieron!, un estoque me clavaron por la espalda—. Lamentaba arrepentida al evocar tales sucesos.
—Pero… ¿Qué estás haciendo?—. La cuestionó Morfeo —Me deshago de este orbe putrefacto y deshonesto —pero, ¡es tu mundo! Además, ¡tú no puedes hacer eso! —¿Por qué no? —¡Porque yo soy el dueño de tus sueños!—. Le dijo al tiempo que le sujetaba de las manos.
—¡Basta ya!—. Decretó la mujer con voz segura, y en un solo movimiento de las garras del captor logro zafarse. —¡Detente, estás arruinando nuestros sueños! —no digas eso, Morfeo, que nos son nuestros, son los tuyos. He vivido prisionera en tus deseos, cual misógino me encadenaste a tu barbarie; pero ya no tengo miedo, ¡Mira lo que hago con tu mundo, con tus puñeteros sueños!
Al ver que la mujer lo retaba destruyendo todo lo que él había edificado, colérico estalló en su contra —¡Ja-ja-ja! ¿Y qué harás, mujer?..., ¡sin mí no vales nada! —equivocado estás, Morfeo, y lo vas a comprobar porque sin ti, voy a construir mis propios sueños.


Roberto Soria - Iñaki

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