La conoció en un sueño, uno de esos
sueños de los que no se quiere despertar, un sueño repetitivo en donde las olas
del mar se levantan majestuosas… —¿Qué pasa, hombre?—. Le preguntó preocupado
el mejor de sus amigos —Nada, Jonás, que la he vuelto a soñar —estáis
obsesionado, José Manuel, habéis cogido el mal del marinero.
José Manuel le había contado de sus
sueños a su amigo. Se trataba de una Sirena, una de esas deidades existentes
aparentemente sólo en la mitología…
—Es mejor que os apuréis, Chema, o
llegaremos tarde para la pesca, son casi las 4 de la mañana —le advirtió Jonás
mientras terminaba de vestirse.
La pequeña embarcación ya estaba lista, era la hora de realizar la
faena. José Manuel y Jonás formaban parte del grupo de pescadores que moraban
en esa pequeña demarcación. Chema, —como Jonás lo llamaba—, había quedado en la
orfandad desde muy pequeño. A su padre se lo había tragado el mar en una de las
jornadas y su madre, víctima de la depresión se había dejado morir.
—¡Jolines!, el mar está muy picado, José Manuel, además, es tarde y se
avecina una tormenta—. Le dijo Jonás con algo de dificultad ya que viento era
fuerte y las olas se levantaban por encima de los 4 metros provocando gran estruendo.
—¡Jonás, Jonás!; ¡¿escuchasteis?!..., ¡es ella!
—¡¿Qué, de qué coño estáis hablando!?
—¡Escuchadle, me está llamando, debemos navegar mar
adentro!
—¡¿Habéis perdido el juicio?!...¡moriríamos!
—¡Debemos ayudarla, está sufriendo, si no queréis
apoyarme comprenderé!
Jonás no dijo más. Se internaron
entre las embravecidas olas remando con gran esfuerzo —¡Aquí, es aquí, Jonás!—.
Gritó José Manuel, y sin decir más se zambulló en el agua.
Minutos de eternidad, así le
parecieron a Jonás esos instantes. La tormenta se había desatado… —¡Chema, Chema!—.
Gritaba desesperado Jonás, quien estaba a punto de saltar de la pequeña embarcación
en su intento por rescatar a José Manuel, pero no fue necesario, José Manuel se
montaba ya en la barca con algo de dificultad.
Llevaba consigo un cuerpo, Jonás no
podía distinguir porque el torrencial se lo impedía… —¡Rema, vamos, rema!—
Gritaba José Manuel.
Cuando llegaron a la orilla José
Manuel tomó aquel cuerpo entre sus brazos alistándose para desembarcar, Jonás
los miraba con asombro —Es ella, Jonás, la mujer de mis sueños, la que debía
liberar, la que debo proteger… Jonás estaba boquiabierto hasta que finalmente
pudo pronunciar; —disculpadme, Chema, por favor —¿de qué estáis hablando?, mi
gran amigo Jonás —por ser incapaz de ver, lo que tú podéis mirar.
Roberto Soria – Iñaki.
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