sábado, 15 de agosto de 2020

Matusalén, el árbol.


He visto llorar al Pinus, un anciano que atesora las historias más conmovedoras de una especie en extinción llamada humanidad. Sí, lo he visto; ha sido desde lejos para no contaminarlo de la putrefacta iniquidad que me acompaña. Lo miro con detenimiento y alucino. Su follaje se mueve por el viento, emitiendo sonidos de frecuencia baja, apenas perceptibles. Mis manos mecen mis cabellos blancos y Matusalén parece que sonríe: al menos eso creo.

 

El aroma del madero es fuerte, tanto como añejo. Su sombra es un gigante y yo me siento tan pequeño. Agudizo mis sentidos y percibo sus palabras:

 

—Gracias por venir a visitarme. ¿Sabes? Hace mucho que dejaron de venir los niños. Jugaban justo aquí, en torno mío. Pero las generaciones cambian, al igual que las hojas de mi tronco envejecido. Lamento mucho que los frutos buenos hayan sido corrompidos: mas nada puedo hacer, tan solo contemplar los nidos de las aves que me cantan con sus afinados trinos. Quisiera regresar el tiempo y deshacerme del olvido, pero la concupiscencia del mortal ya me ha vencido. Me limito a reforzar estas raíces que se abrazan a la tierra donde yo he vivido, porque aquí crecí, hasta convertirme en el pilar de los arbustos que se beben con placer el agua que conlleva el río. Poco y nada puedo presumir, si acaso haber ganado la batalla encarnizada que sostuve con el viejo leñador que cercenó mis ramas con el filo de su hacha, impulsado por la sinrazón de destruir lo que se muestra vivo. Perdona mi egoísmo y lo que digo, pero debo preguntar: Ahora que se matan entre ustedes; ¿qué se siente haber nacido?

 

by Roberto Soria – Iñaki

Imagen pública

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