He visto llorar al Pinus, un anciano que
atesora las historias más conmovedoras de una especie en extinción llamada
humanidad. Sí, lo he visto; ha sido desde lejos para no contaminarlo de la
putrefacta iniquidad que me acompaña. Lo miro con detenimiento y alucino. Su
follaje se mueve por el viento, emitiendo sonidos de frecuencia baja, apenas perceptibles.
Mis manos mecen mis cabellos blancos y Matusalén parece que sonríe: al menos
eso creo.
El aroma del madero es fuerte, tanto como
añejo. Su sombra es un gigante y yo me siento tan pequeño. Agudizo mis sentidos
y percibo sus palabras:
—Gracias por venir a visitarme. ¿Sabes? Hace
mucho que dejaron de venir los niños. Jugaban justo aquí, en torno mío. Pero
las generaciones cambian, al igual que las hojas de mi tronco envejecido. Lamento
mucho que los frutos buenos hayan sido corrompidos: mas nada puedo hacer, tan
solo contemplar los nidos de las aves que me cantan con sus afinados trinos. Quisiera
regresar el tiempo y deshacerme del olvido, pero la concupiscencia del mortal
ya me ha vencido. Me limito a reforzar estas raíces que se abrazan a la tierra
donde yo he vivido, porque aquí crecí, hasta convertirme en el pilar de los arbustos
que se beben con placer el agua que conlleva el río. Poco y nada puedo
presumir, si acaso haber ganado la batalla encarnizada que sostuve con el viejo
leñador que cercenó mis ramas con el filo de su hacha, impulsado por la sinrazón
de destruir lo que se muestra vivo. Perdona mi egoísmo y lo que digo, pero debo
preguntar: Ahora que se matan entre ustedes; ¿qué se siente haber nacido?
by Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
No hay comentarios:
Publicar un comentario