Me paro frente al mar,
mirando la cadencia de sus majestuosas olas. Su magnificencia ha desprendido
algunas gotas para acariciar mi rostro. —En este apartado lugar de tu querida
tierra también existen sueños—, Susurra la marea.
El viento mece mis cabellos;
un ritual para poner en orden mis ideas. La máquina del tiempo me acurruca momentáneamente
en el pasado; frente a mí, una cesta reposa desbordada.
Hurgo en los recuerdos: Las
promesas realizadas hacen fila, incubadas en los labios que probaron de mis
besos. Detrás vienen las caricias; sudorosas, atrevidas, poseedoras de la magia
que han guardado en su chistera.
Mis dedos acarician las
tristezas, aquellas que tuve la necesidad de disfrazar con la careta de alegría…
En el fondo de la cesta se vislumbra el sentimiento; pálido, respirando con
gran dificultad a consecuencia del amor que se bebió en exceso. —No te olvides
de las horas de felicidad que compartí contigo—, me dice suplicante. En
respuesta le regalo una sonrisa, delineada de esperanza abrazadora.
La cesta gime; el acantilado
llora, ambos tienen en común la aurora. Las gaviotas hacen circo, aleteando
sobre el muelle que resguarda mis pisadas; ahora…, solas. Mi vista se ha
nublado, de mis ojos brotan gotas; salinas, dolorosas. Son mis cómplices, hermanadas
con el agua de las olas.
Las arenas de la playa me
aconsejan, y me dicen: —Libertad no es utopía…, aunque a veces se demora—. Miro
al cielo; una nube viaja lento rumbo al norte, su equipaje va cargando mi
desdicha.
—Ya no sufras, es la hora —silba
el viento—, un retoño te acompaña desde ahora.
Roberto Soria – Iñaki
Con cariño, para mi querida amiga Ann Plaza.
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