Se le mira desde lejos; majestuosa. Es La Gaviota… Los vientos
adversarios no son buenos. Es el tiempo de huracanes, de resguardo, de doblar
las alas.
Sin embargo,
ella quiere acariciar el cielo. Retadora se desliza entre los nublos. Una
ráfaga de viento se presenta, ¡sus piruetas en el aire la traicionan…! Su vuelo
va en picada, pero antes de caer al piso, se repone. No es momento de sentirse
avergonzada.
La consciencia le presenta una advertencia: —No hay mañana—.
Ella lo sabe.
Otras alas aparecen en el cielo, es un viejo conocido; —el
depredador de los ensueños—. Sus garras lucen afiladas. De su pico semejante a
un garfio, escapa un cruel chillido. El verdugo tiene sed, la que sólo mitiga
la esperanza; la quebradiza, la que sin luchar se vuelve mansa.
El depredador acecha. Sabe que al menor descuido de su presa,
él, destrozará sin compasión sus acrobacias… Pero ella lo descubre, se
inquieta; mas no desmaya.
Una nube pasajera la aconseja: —Nunca dejes de mover tus alas—.
Ella entiende la estrategia. Un relámpago le anuncia la batalla. Ya no hay
tiempo para huir, las opciones se acobardan.
—¡Te será difícil devorar mi esencia!—. Le increpa convencida…,
pero el enemigo ataca. Ella sube, y baja, mientras la vicisitud hunde sus
garras; en el pecho, en la espalda.
La sangre tiñe de color sus blancas alas; pero no se rinde.
Entretanto, el cielo llora, y el cansancio pide tregua. Los guerreros saben que
la muerte no les tiene reservada una medalla. La Gaviota no se arredra, se
prepara al contraataque, tensando sin temor sus doloridas garras.
Una pausa. El depredador la mira fijamente. Sus alas se
detienen, reverencia, su pico calla; él se aleja, entendiendo que esta vez, no
ha ganado la batalla.
Para
mi querida Gabriela Domina
Sabes que mi corazón está contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario