Manos
cuyos dedos se entretejen en un cónclave nocturno; fabricantes de caricias con
calor de terciopelo.
Manos que se aferran a los poros de tu cuerpo. Patinadoras sobre
el lienzo de tu piel; vigilantes del mayor de tus deseos.
Manos que susurran sin palabras los -te quiero- Tan seguras de
sí mismas, pero temblorosas cuando palpan ese punto donde el purgatorio
singular..., se vuelve cielo.
Roberto
Soria - Iñaki.
Imagen
pública
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