La verdad es
una adecuación entre una preposición y el estado de cosas que expresa,
conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado,
piensa o siente, no hay verdad absoluta, todo depende del color del cristal con
que se mira, es un plano que invariablemente presenta dos aristas, la negativa
y la positiva, situaciones que generan controversia entre quienes defienden una
postura conveniente relacionada con la relatividad.
Bajo esa
premisa se escribe, riesgo que implica críticas constructivas y contrarias, hay
quienes de manera intrépida se atreven a juzgar y calificar a los dramaturgos
como dioses, argumentando la potestad de crear, de dar vida o muerte a los
personajes que se describen en las narrativas sin importar el género literario.
No obstante
es grato encontrar controversia, tela para cortar dispuesta en la mesa de
trabajo para ser discutida entre el escritor y el lector, diseño que a fin de
cuentas persigue el propósito de capturar la atención de quienes gustan de
sumergirse en un mundo paralelo lleno de fantasías que terminan confundiéndose con
la realidad, quimeras que se persiguen como parámetro para medir la capacidad ilimitada
de la mente que deja una enseñanza, un mensaje.
Es hermoso comprobar
que no existen barreras en los libros, que no hay manuscritos estériles,
cada estilo tiene un propósito específico, es como un traje a la medida hecho
para cada cultura, para cada nivel socioeconómico, para cada aspiración
profesional.
Las obras quedan, se convierten en testigo mudo de un proceso
filosófico observado por la humanidad, ¿para quienes? Para todas las
generaciones presentes y futuras, huellas que no se borran sin importar las
alteraciones del camino, podrán cambiar las formas de escribir, reformadas y
sustituidas por la tecnología, pero la esencia, el fondo siempre será el mismo,
es por eso que decreto, que no se muera la pluma.
Roberto
Soria – Iñaki
Hasta pronto
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