lunes, 23 de noviembre de 2020

Recuerdo sepultado


 

Un otoño más se presentó en el calendario: me había olvidado de su nombre y de su todo. Los recuerdos, como el polvo, cubrían las huellas de un evento anquilosado, lleno de preguntas sin respuesta y un adiós anticipado. Fueron años sin saber de su existencia y sin querer, me remonté a la fecha que marcó el inicio de un idilio sentenciado: 11 de marzo.

Saber de ella, sin haber sido planeado, era conjugar un verbo intransitivo cuya acción no puede suceder. El libro que custodia nuestra historia estaba escrito; no había algo qué añadir: se murieron los suspiros, los sueños, incluso aquel decreto que fue roto en un momento de inconsciencia, el cual, hace mucho tiempo yace sepultado. 

El tic-tac en el reloj de nuestro ayer había cesado: la eutanasia se apiadó del sentimiento enajenado y yo, queriendo sin querer, la había olvidado. Mi memoria selectiva decidió difuminar su imagen, claro está, sin menoscabo; después de todo, juntos experimentamos esa fase de placer que no se puede comprender cuando se sabe enamorado: estado emocional que nos confunde y nos conduce hacia el pecado.

No hay cenizas del ayer, mucho menos un tizón carbonizado, así que, querer saber, por qué o para qué, si aquel libreto que quemaba nuestra piel está apagado.

 

Roberto Soria – Iñaki

Imagen pública

 

 

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