La miré, silueta garbosa
y entre sus manos la rosa que una vez le regalara…
flor marchita, de pétalos acartonados
que fuera testigo mudo de un pacto entre enamorados.
Era tarde
y para no hacer alarde resumiré que me amaba
pero decidió marcharse, no sin antes excitarse
por la pasión desbordada.
Porque bastaba un suspiro para robarle el
aliento
¡porque las caricias mutuas eran puro
sentimiento!
y nuestros cuerpos ardientes, como guerreros
valientes…
sin tregua se disfrutaban.
«¡No, no te vayas!»
Le grité desesperado
y en un suspiro anegado se burló de mi
desgracia
restregándome en la cara lo añejo de su falacia.
El tiempo continuó su marcha
mis heridas se cerraron
y en un giro del destino
nuestras almas se encontraron...
—Quiero verte, aunque no pueda tenerte.
Me dijo en mensaje fatuo. Y sin dudar
respondí
—¡Esto es algo baladí, ya no te tengo confianza!
y no será una alabanza la que me incline ante
ti.
Decisión bizarra, puedo jurar que le amaba
mas mi dignidad gritaba que ante la traición sufrida
es mejor acariciar la herida
que revivir la batalla.
©Roberto Soria - Iñaki
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