Pasos que avanzan, otros que
se detienen, porque se cansan…
—Debemos caminar mientras
estemos vivos— me dice don Francisco. Hombre que se sostiene económicamente con
la venta de la fruta que transporta en su triciclo.
Sus ropas lucen desgastadas,
y sus botas tipo militar hablan por sí solas. Sin duda, muchas millas caminadas.
Lo observo con detenimiento
mientras disfruto de una buena porción de mango picado que dispuso en una de
las bandejas desechables que utiliza para la venta.
—¿Hasta qué año estudió, don
“Paco” —así le digo de cariño. Antes
de responder se le mira reflexivo mientras lava sus manos en esa vieja cubeta
que compaña a su triciclo…
—¿Escuela? ¡No, hombre, que va! No terminé ni
el tercero. No había tiempo para eso. Tenía que trabajar. Mi madre se quedó
viuda muy joven. A mi padre, que en gloria esté, lo cogió una prensa hidráulica.
Le deshizo su brazo derecho. Murió desangrado. Si su patrón lo hubiera llevado
al médico de inmediato quizá se hubiera salvado, pero no quiso, dizque porque
no tenían “seguro social”, y que tal
si le cerraban el negocio por eso.
Hace una pausa…, una señora
llega para pedir un coctel. —¡Mamá,
mamá, yo quiero que le ponga de todo— le dice el pequeño que viste con el
uniforme de la escuela a la que asiste. Don Francisco lo mira de reojo, corta
un trozo de melón y le espolvorea picante en polvo —Toma, cómelo en lo que
preparo lo que quieres, está dulce—. El niño mira a su madre —agárralo —le
ordena la señora. Quien con una sonrisa franca le agradece a don Francisco.
Después de pagar la compra
se retiran presurosos, la campana de la escuela suena, señal de que la puerta
de entrada está a punto de ser cerrada.
—¿No le pierde, don Francisco?
—¿A qué, a la fruta que le
regalé?
—A eso me refiero.
—¡No, hombre, qué va! Esta
ropa que traigo puesta es un regalo de la señora. Era de su esposo. Él se fue a
los Estados Unidos, pero allá pos…, se lo mataron. Siempre me compra la fruta,
y a veces me invita un “taquito” de
lo que guisa en su casa. Es re buena gente.
Nueva pausa. Un par de
adolescentes se acercan para peguntar por los precios. Finalmente deciden. Adquieren
dos vasos de los grandes rellenos de fruta picada. Le pagan.
—¿No tienes cambio?—. Les
pregunta don Francisco. Son 40 pesos, pero el billete que recibe es de 50. Don
Francisco busca entre sus bolsillos —Aquí tiene don “Paco” —le ofrezco una monea de a 10. —Gracias, güero, al rato ajustamos
cuentas. Se vuelve a enjuagar las manos.
—Ya vienen las elecciones,
la cosa luce difícil— me dice mientras se frota el mentón.
—¿Ya sabe por quién va a
votar? Don “Paco” —él suelta tremenda
carcajada.
—¡Ja, ja, ja! Yo no voto, ni
a cuál irle. Todos son una bola de rateros. Dios nos proteja del presidente que
llegue. Ya ves lo que está pasando con Venezuela. Pobres, esos sí que están
fregados.
Lo malo es que uno no los escoge,
ellos se ponen solitos. Haciendo acuerdos entre partidos, ya sabes, en lo oscurito.
No sé pa que gastan tanto dinero en sus famosas campañas si todos sabemos que
las elecciones son una farsa.
Hace 3 años estaba yo
vendiendo a las afueras del mercado cuando se me acercó una diputadilla —Lo que
se le ofrezca, señor Francisco, ya sabe que estamos para servirle— me dijo la
muy ladina.
Mire, señorita, se lo digo
con respeto. A mí sus cuentos de campaña me los sé ya de memoria, a otro perro
con ese hueso. Se puso colora. —No desconfíe, don Francisco, estamos haciendo
política moderna, ya no somos como antes. No vamos a defraudarlo— me dijo mientras
me daba un folleto de su partido.
Antes de despedirse le dije…
mire, señito. Se bien que después de las elecciones usted ya no se acordará de mí.
Pero está bien. Míreme la cara para que no se le olvide.
Y como fue. Un día que
necesitaba de su ayuda porque las autoridades me querían quitar mi triciclo fui
a buscarla a su despacho. De eso ya pasaron 2 años y…, sigo esperando a que me
reciba.
—¿Y usted qué hizo para que
no le quitaran el triciclo?
—Tuve que darles dinero.
Pero bueno, güerito. Es hora de retirarme, ya cerraron la escuela. Ahora me voy
a la venta en el mercado.
—Espéreme, don Francisco. Aquí
tiene, todavía le debo.
—¡Uyyy! ¿Otro billete?
—No se preocupe, don “Paco”. Mañana paso por el cambio.
Roberto Soria - Iñaki