Papá,
¿qué es mejor, mentir, o decir la verdad? —Preguntó el pequeño de seis años a
su padre…, —¡decir la verdad, hijo, por supuesto que la verdad!—. Respondió
aquel hombre muy seguro de sí mismo —Entonces, no comprendo, papá —abundó el
infante —¿Qué es lo que no entiendes, Juanito?
El
pequeño se acomodó junto a su padre en ese viejo sofá donde solían mirar televisión.
—Porque
ayer en el salón de clases una de mis compañeras se enfadó con Gonzalo, mi
mejor amigo —dijo con cierta tristeza el menor. El papá apagó el televisor para
poner atención —Cuéntame, ¿qué fue lo que sucedió, hijo?—. Conminó el papá. —Ayer,
a la hora del descanso, Mariana se acercó a Gonzalo para preguntarle si la
consideraba bonita, y mi amigo le respondió que no. Ella estuvo a punto de pegarle
una bofetada, pero una de las maestras intervino.
El
papá lo miraba sorprendido mientras ordenaba sus ideas para saber que transmitirle
a su hijo.
—Escucha,
Juanito, hablar con la verdad siempre será lo correcto, pero a veces es mejor
guardar silencio cuando no estamos seguros del alcance que tendrán nuestras
palabras. Existen quienes sólo pretenden escuchar lo que desean, no así lo que
deben escuchar —Pero, es que mi amigo le ha dicho la verdad—. Argumentó
Juanito.
El
padre lo miró conmovido… —Todos los seres humanos somos distintos entre sí, la
belleza es relativa, sobre todo la externa. Cada persona posee virtudes sin
importar el color de su piel ni su condición social, tampoco su género. Lamentablemente
no somos perfectos y decimos o hacemos cosas sin pensar—. Concluyó el papá.
—Entonces,
¿es mejor mentir?—. Juanito le volvió a preguntar —No, definitivamente no—, le
respondió su papá —pero a veces para no generar conflicto lo mejor es ver, oír
y callar.
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