—Papá, ¿por qué nosotros
somos pobres? —no lo somos, hija, ¿qué te hace suponer eso? —Porque no tenemos
lo que otros poseen, como mi amiga Elisa. Ella lo tiene todo, no le hace falta
nada.
El hombre guardo silencio por
unos instantes, hurgó entre los bolsillos de su raído pantalón hasta extraer un
par de monedas que atesoraba para la cajita de los ahorros que tenía en su casa.
—¿Quieres un mantecado?, —le preguntó a su pequeña hija… —¡Sííí, de chocolate,
con granulado de muchos colores!
Caminaron hasta el
establecimiento más cercano. Después de ordenar el mantecado se encaminaron
hacia el parque que se encontraba justo en frente de la nevería. —¡En esa banca,
papá, en esa banca de allá, la que está cubierta por la sombra de los sauces!, —gritaba
y brincaba jubilosa en medio de las palomas que se apiñaban en el lugar para
comer las migas que algunas personas les arrojaban.
—¿Te gusta tu mantecado?
—¡Está delicioso, papá!
—¿Y las palomas?, dime, ¿también
te gustan?
—¡Sí, papá!, y la sombra de
los sauces, y el agua que brota de la fuente, y las nubes, el sol…¡hasta el
aire que respiramos, papá!
—Lo ves, no somos pobres,
tenemos todo lo que la vida no ofrece.
—Pero…, no entiendo, papá; es
que mi amiga Elisa me dejó de hablar porque dice que soy pobre.
—No, hija, sólo lo ha dicho
para justificarse. Escucha:
Existen personas que no se
identifican con otras por su forma de pensar o de sentir y solo buscan
pretextos para romper con la amistad. Hay quienes se aburren muy rápido de lo
que poseen, otros buscan incesantes aquello que les produce una felicidad momentánea.
—Entonces, ¿no soy pobre?
—No, porque tú disfrutas de la
vida, sobre todo de lo que es perdurable; como el amor, como la naturaleza
misma.
—Pero ella tiene muñecas muy
costosas que le regala su padre, ¡y yo no las puedo tener! ¿Por qué, papá?
—Porque su padre le regala
cosas que el dinero compra en su intento por darle felicidad, en cambo yo te
obsequio lo más importante, mi cariño, mi tiempo, ¡tu mantecado!…, o dime, ¿acaso
su padre la recoge cuando sale del colegió?
—No, papá
—¿O juega con ella como lo
hacemos tú y yo en el traspatio?
—No.
—Lo ves, ninguna de las dos
posee lo mismo, y con seguridad puedo decir que tú eres más feliz que ella,
aunque tu muñeca sea de trapo.
Roberto Soria - Iñaki
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