¡Hey! ¿Qué te piensas que estáis
haciendo? —Inquirió aquel hombre de baja estatura y pelo cano —me pienso quitar
la vida porque estoy sufriendo demasiado.
El hombre la observó con
detenimiento, y después de frotarse asimismo la cara pronunció…, —mujer, pero
el puente no es tan alto, y en lugar de suicidarte podríais salir lastimada.
La mujer, que tenía ya una
pierna montada en aquella barandilla frunció el entrecejo; —No entiendo, son
más de 40 metros de altura —le comentó mientras bajaba la pierna. —Hablemos —le
propuso el hombrecillo —quizá si logro
explicaros mi teoría te decidas por otro medio para terminar con tu existencia —¡¿Cómo,
acaso no pensáis detenerme?! —no, ¿por qué habría de hacerlo, después de todo
es tu vida.
Desconcertada, la mujer se
acercó a quien sin mover un dedo le había hecho desistir momentáneamente de tan
aberrante decisión…
—Mujer, ¿de verdad te piensas
que 40 metros son demasiada altura para quitarte la vida?
—¡Jolín, pero por supuesto
que lo es!
—Para mí no, si yo decidiera
lanzarme lo haría desde las nubes, y de ser posible…, más alto.
—¡Macho! ¿Estáis orate?
—No, ¿y tú? Te explicaré… Si
me arrojase desde las nubes tendría el tiempo suficiente para respirar el aire,
tanto, que mis pulmones se llenarían del oxigeno que a muchos les hace falta;
eso haría que mi caída fuese más lenta, suave. Extendería mis brazos y mis
piernas, ya sabes, como emulando a las aves. Contemplaría la naturaleza,
incluso las edificaciones. También me regocijaría mirando a tantas personas del
tamaño de una hormiga, yendo y viniendo en busca de la felicidad por muchos tan
anhelada.
Hurgaría con la mirada hasta
encontrar un establecimiento de esos en donde sirven la comida, ¡claro!, hablo de
mi favorita. Allí es donde descendería, y después de comer buscaría un parque,
acomodaría mi culo en una de las bancas disponibles en espera de la llegada de una
mujer especial. Para cantarle al oído, para besar su boquita, para entregarme a
su cuerpo, para decir que me excita.
Sí, eso es lo que yo haría.
Y si acaso ella se sintiera de la vida muy cansada, la llevaría por el mundo
sin pensar en el mañana, sin dinero en los bolsillos, pero con oro en el alma.
Porque la vida es hermosa, porque le tengo confianza, sólo es cuestión de
creer, de no perder la esperanza.
—Pero… ¡¿y las vicisitudes,
las personas que son malas?!
—No estoy casado con eso, lo
mundano no me incita, pero… ¡Jolines, te estoy quitando tu tiempo! ¿Te ayudo a
buscar otro puente?
—No señor, muchas gracias,
prefiero seguir escuchando, porque su charla es bonita.
Roberto Soria - Iñaki
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