lunes, 11 de diciembre de 2017

Cuarto menguante


Caminante, con las sienes escarchadas, de pensar un tanto reflexivo. Gesto adusto, y rodillas como mapas por las tantas cicatrices a lo largo de su vida acumuladas.
Tarde gélida, los recuerdos llegan a su mente. Entre sus dedos, un pitillo. El humo que desprende pareciera dibujar en el aire una silueta de dimensiones perfectas. Femenina, por supuesto. Bocanada siete, exhala, y al hacerlo mil suspiros diminutos se entremezclan con el viento y éste, le devuelve en cortesía un par de silabas…, el nombre de ella.
—¡Maldita sea la distancia!—. Reclamo que se pierde al pronunciarlo. Una ráfaga de viento le golpea en las mejillas. «Si tan sólo te pudiera construir un arcoíris.» Pensamiento recurrente de aquel hombre que sin duda, se confiesa enamorado.
—¡¿Por qué la pusiste en mi camino?! Destino cruel y despiadado. Permite circundar su pena para convertirla en polvo, ¡quiero revertir el mal que de su cuerpo se ha adueñado!—. Soliloquio desgarrado, producto de la frustración recalcitrante que se adhiere a su consciencia en una especie de burla que le hace comprender la pequeñez de su existencia.
Se pone en pie, para continuar su andar cual peregrino. Hunde sus manos en los bolsillos de la chaqueta que con gran esfuerzo logra contener el frío. El parque de la zona le susurra…, —bienvenido—. Y la banca de hierro pareciera ser que le sonríe, —toma asiento —se auto dice.
La contempla, es su rosa favorita. Se marchita, ni los rayos del sol surten su efecto. Se oscurece. Es momento de mirar la luna, mensajera de sonetos. Cuarto menguante, dile por favor a esa mujer, que yo quiero ser su amante.


©Roberto Soria – Iñaki

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Mi compañero de vuelo


Extiende sus alas, impetuosa, majestuosa. El viento se amilana, pues no puede contender con los colores que de la Gaviota emanan. El cielo, con esa palidez que lo caracteriza, se decanta en favor de tan imponente vuelo. Tres pares de ojos la observan, establecidos en el nido porque sus pequeñas alas todavía no despliegan. Son sus crías. Expectantes, entendiendo que las peripecias de su madre son lecciones importantes de supervivencia.
Mil piruetas en el aire, circenses todas ellas, acompañadas por el cántico envolvente que desgrana las palabras y caricias del amor filial que le acompaña.
Los rayos del sol han preparado para ella centenares de mensajes, todos llenos de esperanza. —¡Vuela tan alto como puedas, querida Gaviota!— Exclama el eco proveniente de las montañas escabrosas, ése que se muestra retador, estimulante. Ella entiende las alabanzas y, aunque no se pierde en el elogio, el temor de la caída estrepitosa le hace escolta. Pero no tiene elección, pues el viejo cazador de su pasado acecha.
Su objetivo, superar todas las pruebas para poder emular el vuelo del solemne Buitre Griffon de Rupell. Aquél que finca su meta en tocar el infinito. La Gaviota desciende de sus sueños, para depositar en los picos de sus crías alimento.
Nuevamente emprende el vuelo, expandiendo sus alas cual pinceles que deslizan su pelaje sobre lienzos. Se siente libre, lo sabe porque su álter ego se lo indica. Ella entiende que su statu quo debe ser aprovechado, es el único camino para derrocar al miedo.


©Roberto Soria - Iñaki
Dedicado para mi gran amiga Gaviota Multicolor. Con cariño.


viernes, 1 de diciembre de 2017

El Centinela



Sus papilas gustativas se han dormido, ya no experimenta la sazón que da la vida. Se pierde, en ese espacio inexistente que se viste de recuerdos. El futuro no se muestra. El reflejo en el espejo se desnuda. Se le mira incrédulo, empolvado, con miles de telarañas cubriendo cual capullo la esbeltez de tan hermoso cuerpo. La palidez de su rostro luce intacta, y lo rubio de su larga cabellera cual cascada, es testigo mudo de los pensamientos que con gran esfuerzo se sostienen de los hilos, de los más delgados, pero que soportan el gran peso de las ilusiones que no llegan, que se tardan.
Estacionada en el limbo, con sus negros ojos puestos en la nada se decide por hacer una llamada. Del otro lado de la línea telefónica le responde su consciencia. —Cuídate mucho, por favor. Nunca te des por vencida que la vida sólo es una, y ella como muchos otros, sé que también te ama—. La conversación se alarga. Escuchar esas palabras le produce sensaciones, como el efecto del bálsamo, ése que nos sana el alma.
Hay un -alguien- que entretiene su mirada. Su retoño. —¡Es por ella que resisto! —le dice al interlocutor. La dulzura de su voz se amarga, le hace presa el sinsabor de la nostalgia. Del otro lado de la línea, aquel oyente, en absoluto silencio y con respeto, la escucha, la besa, la ensalza.
Ambos tienen en común un enemigo…, la distancia. Mientras él se aferra en rescatar su aliento, ella siente que su fe, de a poco se desmaya. —Os debo tanto, mi querido Centinela—. Le dice sin titubeos, y ella por respuesta escucha… —Te quiero mucho, mi nena, y tú, no me debes nada.


©Roberto Soria – Iñaki
Óleo de Stella Maris Della Barca


Post Mortem


Hoy no quise despertarme, después de todo el morir, sólo es cosa de la carne… El motivo justifica la decisión tan bizarra, ¡pues entre sueños te vi!, encimita de mi almohada. —Es tiempo de levantarnos—, me dijiste cariñosa, al punto me puse en pie, ¡me fui corriendo al jardín!, y con amor escogí, la mejor de nuestras rosas.
Al ponerla entre tus manos pronunciaste un mil -te quiero-, yo me reflejé en tus ojos, tú me colmaste de besos. Te separé de mi cuerpo con suma delicadeza, para mirarte completa de los pies a la cabeza. Fue así como descubrí, que había muerto mi tristeza.
—Es tiempo de realizar los deberes de la casa—, argumentaste. Y yo te quise ayudar, pero tú no me dejaste. Te paraste frente mí, me dijiste convencida… —Mejor escribe la historia de este idilio aventurero, para que el mundo se entere de lo mucho que te quiero.
En la mesa de trabajo ya me esperaba la pluma, lo mismo que mi tintero. Los folios se presentaban en un orden secuencial, esperando que mis letras no tuvieran un final. Entre versos escuchaba de tus labios la canción, aquélla que te cantaba con todo mi corazón.
Tu silencio me detuvo…, te busqué con la mirada obteniendo el infortunio. Recorrí toda la casa, ¡gritando desesperado!, entendiendo que tu esencia de mí se había distanciado. Al bajar por la escalera me fui directo a la barra, y dos copas ya servidas parecía que me esperaban. Había una nota, delineada con tu letra «¡Pero es que no puede ser, desde hace tiempo está muerta!». Entre lágrimas leí, de la misiva estos versos… —No quieras pedirle al tiempo, que me regrese con vida, mejor quédate dormido, yo te doy la bienvenida.



©Roberto Soria - Iñaki
Style of Oswaldo Guayasamin


miércoles, 29 de noviembre de 2017

Invitación para mañana


Hagamos arte en cualquiera de sus formas. Dejemos las guerras para los inadaptados.

Si habremos de manchar nuestras manos que no sea de sangre, hacedlo con chocolate, o tal vez con mantecado.

Miremos el futuro, se puede hacer a través de los ojos de los niños. Juguemos con ellos, no necesitamos de mucho, tan sólo tiempo.

Pronunciemos miles de -te amo-, uno de ellos llegará a la persona indicada. Lo único malo que te puede suceder es que te llamen loco, como este loco que te ama a través de la pantalla.



Roberto Soria - Iñaki
Imagen pública

La nota muerta


Que me traicionas de antaño
Vaya noticia me han dado
Lo que pone en entredicho
Un amor que me hace daño

Que de a poco vas perdiendo
El interés por mis besos
Mientras tú me tienes preso
Víctima del desengaño

¡Qué pare mi corazón!
Si he dejado de quererte
¡Qué se nuble mi razón!
Incluso, reto a la muerte

Porque la muerte es testigo
De todo lo pronunciado
Y mi corazón describe
El amor que te he brindado

Me queda clara tu ausencia
Y tus fallas en la cama
Argumentando cansancio
Mientras mi pasión te llama

Mañana cuando despierte
Acariciaré tu almohada
Y te dejaré una nota
Para que puedas mirarla


Sólo serán cinco letras
Basadas en el perdón
-Te amo- dirá la nota
Con sangre del corazón.


©Roberto Soria - Iñaki
Imagen de Yuta Onoda

Réquiem para dos


Nos dejamos morir
Entrelazados en recuerdos secos
Bajo nubarrones llenos de mentiras

Tu altivez aprisionó a la rosa
Y del tallo cortaste las espinas
Para flagelar al sentimiento mutilado

Y miramos la tristeza de la luna
Cobijada por el llanto de la noche
Sin piedad, la dejamos a su suerte

Estuve a punto de golpear mi pecho
En un acto de impotencia y de reclamo
Pero el invierno congeló mis manos

Nuestros ojos escondieron la mirada
Era tiempo de alistar nuestro equipaje
Mil suspiros sentenciaron la partida

Nuestros labios mantuvieron la distancia
Hilvanados con pespunte de reproches
Las palabras nos habían abandonado

Recogiste las huellas de tus pasos
Yo borré las iniciales de tu nombre
Y los dos hicimos polvo los abrazos

Par de corazones
En dos métricas distintas sin retorno
No hay amor, tan sólo el palpitar del -te perdono-.



Roberto Soria - Iñaki
Imagen pública

viernes, 24 de noviembre de 2017

Una gota de pintura


«Análisis existencial.» Así define su transitar por el camino que ha dispuesto la vida para ella. Se cuestiona, y sus reflexiones evocan mil recuerdos que la llevan de la mano hasta su infancia… —Si mi padre nos hubiera dado el tiempo y el cariño necesario. Pero, ¿qué sé yo lo que sentía mi padre?, si muy poco pude ver sus pensamientos—. Se dice a sí misma, entendiendo que la vida no es tan fácil.
Cubre su rostro con ambas manos, sin darse cuenta que los múltiples colores embadurnados en sus dedos dejan huella.
Deposita sus codos sobre la pequeña mesa de trabajo, al tiempo que las compuertas de sus grandes ojos se abren para franquear el paso del líquido salino. Sin embargo, esboza una sonrisa, producto del contacto visual con tres pequeños que danzan sin cesar entre los frescos.
—Te extraño, madre. Qué feliz serías entre tus nietos—. Una frase que repite cada vez necesita de un abrazo. Sus dedos se deslizan sobre sus mejillas, en un intento por enjugar las lágrimas silentes que conllevan la amargura. Se alborota la melena de rizos más que dorados… Levanta la frente, irguiendo el pecho, y canta. Se trata de una canción de Rock que sonaba en los 80’s. Le llena de energía, pero termina tarareando los compases de aquella melodía clásica que trae ceñidos mil recuerdos.
Reflexiva, observa las paredes de su casa —¡Los convertiré en murales! Así perdurarán mis obras— musita para sus adentros. Escucha voces… —¡Anda, Gaviota, llegó la hora de extender tus alas!—. Ella mira en todas direcciones, mas no hay nadie, y de nueva cuenta escucha… —acá, mira, somos nosotros, alma de tu alma. Somos tus obras de arte, y te amamos con locura.


En honor a mi querida Gabriela – Gaviota Multicolor, con todo el amor y respeto que se le puede tener a una gran artista. Mujer, madre..., soñadora.


Espectro en tango


Camina, ensimismada entre recuerdos que se clavan como dagas. Son las dos de la mañana. Las calles lucen solas, es la hora predilecta del pecado. La luna brilla, las farolas a lo largo de la calle se transmiten entre sí su refulgencia. El titilar de sus bombillas cual susurros le dan la bienvenida. Los gatos del vecindario se congregan en las azoteas, es un cónclave nocturno en donde para muchos, el miedo se respira.
La estela del invierno se refugia en los cristales de los autos aparcados, también quiere ser testigo del sui generis ritual de aquella dama. Los perros que la miran han bajado las orejas…, sus ojos brillan, atisbando en todas direcciones, como guardianes adiestrados de mirada celestina.
La dama misteriosa se desnuda. Blancos muslos, de textura como seda, pero duros como el mármol. Pechos firmes, tan redondos como esferas navideñas. De la comisura de sus labios pende un hilo. Sangre pura, cual cascada que termina en sus pezones.
Ella agudiza su oído, en espera de que el viento con silbidos entone para ella esa vieja melodía. Es un tango, exponiendo su desgarro a través del bandoneón que llora triste. Los violines en comparsa se aconsejan, pues no quieren exceder los decibeles.
Los tacones de la dama se deslizan, hacen juego con el púrpura encendido de su sangre. Con sensuales movimientos lleva el ritmo. El acorde final se vuelve extenso, ella inclina la cabeza en reverencia. Su melena en caracolas cubre el rostro, en intento por cubrir su amarga pena.
Canta el grillo, anunciando que el ritual ha terminado. Ella llora al despedirse en la palestra, al recordar que por amor hace diez años, dispuso de su vida al descubrir que el ser amado, poseedor de su tesoro virginal, se había casado.

©Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública



martes, 21 de noviembre de 2017

La mar y el cielo



Ella extiende su mano entre las sombras, sabe que la complicidad del viento le servirá para fundirse en un acto de amor inmerecido… En lo alto él, la espera, para besar entre suspiros la humedad bajo sus olas. Ella goza, lo demuestra en el vaivén de inusitadas brisas.
El silencio se ha robado las palabras, todo es júbilo entre versos y latidos, ella ofrece mantener la calma, y él se vuelca de pasión enardecido. Ella encumbra entre sus ondas los —te amo—. Él, con truenos corresponde aquel idilio, y entre nubes de algodón juntan sus alas, en un acto de amor nunca vivido.
Hay testigos, son la luna y las estrellas, todas quieren admirar aquel encuentro enrarecido. Sólo falta que la tierra dé su anuencia, para juntar el cielo con la mar, y celebrar el haberse conocido.



Roberto Soria - Iñaki

lunes, 20 de noviembre de 2017

Corazón en coma


En un corazón destrozado brotan coágulos de muerte..., se torna macilento, sin el hálito de vida que le permita sostener el palpitar equiparable al tic-tac de aquel reloj sin manecillas que pendía de los hilos hechos con suspiros vanos.

Y duele, se achica, porque el flujo inefable de partículas sedientas del amor que necesita se estaciona.

Y lo etéreo del —te quiero— se quebranta, al igual que la hojarasca cuando cae del viejo roble que le ofreció su sempiterno aliento para convertirlo en algo efímero.

Corazón en coma, repitiendo sin parar las cinco letras del —te amo—. ¡¿Dónde está tu resiliencia?! Si tu nictofilia ante su ausencia te hace presa.

¡Grita, corazón! Traspasa la barrera del sonido, irrumpe con el último latido en la distancia, y dile que le amas como nadie habrá de hacerlo, porque el palpitar de tu acendrada estirpe, no conoce del olvido.

Roberto Soria – Iñaki
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martes, 14 de noviembre de 2017

Entre amigos


Me paro frente al espejo, y descubro que la nieve del invierno se ha posado en mi cabello. Los cambios conductuales de la sociedad me asfixian, la indolencia me desgarra las entrañas «Tantos que necesitan de mí, y yo sin nada para dar.» Esa frase me flagela.
         Entro a las redes sociales, el protocolo autoimpuesto me obliga, primero, a mirar los comentarios antes que escribir. Una mancha voraz devora los buenos momentos. —Enfermedades, pobreza, desempleo…, producto de los malos gobiernos—. Así lo dicen mis contactos, amigos virtuales activos y pasivos que a su manera luchan por cambiar el aroma putrefacto que se respira en el medio ambiente, esa contaminación que transita libremente por doquier, sin pasaporte, porque no tiene nacionalidad.
         —Estrés, es la enfermedad del siglo—. Comenta la mayoría…, miro hacia atrás, y en la fila muchas enfermedades más se disputan la victoria sobre la vida.
Mi mente se remonta a esa parte de la historia que aprendí cuando pequeño. “Sodoma y Gomorra”…, —Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que Jehová la destruyese—. Y no se trata de religión, la cual a duras penas practico, «es un mega Déjà Vu», exclamo fiel a mi estilo.
Algunos de mis amigos se han marchado para siempre «Quizá eso sea lo mejor» Vacilo…
¡Uf, qué pesada es la carreta! Mi espalda se siente cansada. Aún así continuaré proclamando soliloquios… —¡No te rindas, lucha, porque por algo estás vivo!— Me digo…


©Roberto Soria – Iñaki

Imagen pública.

domingo, 12 de noviembre de 2017

El réquiem del suspiro



Cómo no recordar aquella tarde invernal, enfundada en un abrigo que por cierto me había costado una pasta. Con mis tacones de aguja perforando el suelo, cubriendo mi cabeza de la llovizna con el diario abandonado que cogí de uno de los asientos en los vagones del metro.
9:30 de la noche, así lo anunciaba el gran reloj digital apostado en una de las tiendas establecidas en aquella zona. Temporada Navideña, los taxis iban y venían, todos ellos ocupados. Sin duda esa no había sido una de mis mejores jornadas. Pensé en mi madre, su imagen me llegó a la mente, como siempre, preocupada. «¡Hija!, ¿!qué es lo que te habéis pensado, para qué coños tenéis el móvil!?...» Me pareció escucharla. Tan buena, siempre al pendiente de mí.
Muchas veces me pregunto qué sería de mí si hubiese tenido más hermanos. La bocina de un claxon me sacó del pensamiento… —¡Sube, que te estáis poniendo como una sopa…! —. Era Manolo, compañero de oficina, quien gritaba desde el interior de su automóvil de marca muy prestigiada. Casi corro, la lluvia se desbordaba. —Gracias, Manolo, os debo una, tío —le dije mientras que él, sostenía entre su diestra unas toallas desechables. «¡Hostias, he de lucir terrible por culpa de la puñetera lluvia!» pensé.
Manolo me miraba con esos ojos azules tan profundos, cristalinos como el agua de la mar. En absoluto silencio… supongo que esperaba a que yo terminara de secarme un poco. Me sentí como una gilipollas. Finalmente él, rompió el silencio. —Si hubierais aceptado mi ofrecimiento de llevarte a casa cuando estábamos en la oficina, no te habríais empapado—. Tuve que procesar lo que acababa de decirme, lo blanco de su perfecta dentadura me atrapaba como lo hacen los hipnotistas con sus extravagantes joyas de bisutería, colgantes siempre del cuello…
—Perdona, Manolo, lo que sucede es que me hace sentir mal causarte tanta molestia, además no es tu reponsabi…—. Calló mi boca con tan sólo depositar en ella las puntillas de sus dedos, acompañados de la fragancia que tanto me fascinaba —Nada, mujer. Anda, conozco un pequeño bar por aquí cerca. Beberemos un cortado si es que eso te apetece—. Asentí con la cabeza, amparada en el pretexto de que no podía pronunciar palabra porque me encontraba tiritando de frío.
Condujo al tiempo que sintonizaba una estación en la radio…, música clásica, algo así como de Chopin.Spring Waltz—. Balbuceó sin voltear a mirarme. —Hermosa—, le dije pretendiendo mostrar seguridad y algo de cultura, suponiendo que lo que acababa de decir estaba relacionado con esa melodía. Cierto es que mis gustos son universales, amo todo tipo de música, pero mis habilidades cognitivas en cuanto las artes…, no me favorecen.
Como todo un caballero, Manolo me pidió que esperara en el asiento después de aparcar el auto. Sus movimientos eran felinos, lentos, pero suaves, cadenciosos. A través del cristal me deleité con su figura. Alto, tez blanca, barba al ras, y su cabello, ¿¡qué decir de su cabello!? Ensortijado, simulando caracolas como para introducir los dedos.
Me cogió del brazo, acomodó la silla para que yo depositara mi culo en el asiento. Ordenó el servicio no sin antes consultar mis gustos… —Express, con sacarina. Por favor—. Así lo dije. Mis pupilas no lograban estar quietas. Deseaba mirarle fijo, pero sin duda él, habría notado el nerviosismo que me hace presa cuando lo tengo de frente.
No menos de dos veces me dijo que le parecía hermosa. Yo, para evadir su comentario le hablé sobre la reunión de mercadotecnia que se había gestado ese día en la oficina. Él era el director de dicha área. La mayoría de nuestros clientes eran firmas importantes dirigidas por mujeres. Solteronas, o en su caso, divorciadas. Con dinero suficiente para impresionar a cualquiera, acostumbradas a comprar  jóvenes apuestos e inexpertos que se cruzan en sus caminos. Ese era el tipo de mujeres con las que Manolo trataba. No obstante, yo misma me preguntaba «¿¡Qué coño me ha visto este tío!? Si debo ser para él una mujer ordinaria».
Aunque hablamos de muchas cosas él, apenas si preguntaba. Era yo la que sin querer me había cogido la charla. No quería que me tomara como una antisocial, o peor aún, una ignorante con la lengua mutilada. Qué difícil me resultaba leer las expresiones de su rostro, no sabía si se encontraba enfadado, o cansado, o quizá…, enamorado. ¡Claro está!, no de mí, por supuesto. Pero…, sí él me había dicho que yo soy muy hermosa, ¿entonces? Supongo que no le soy indiferente… «Esbeltas y largas piernas, pechos exuberantes, y mi culo ¡Por Dios! Si hasta me levanta la falda. No, definitivamente no estoy para ser despreciada».
Después de pagar la cuenta me llevó hasta mi casa. —Hemos llegado, mi “princesa, señorita”—. La lluvia había cesado. Abrió la portezuela del auto para que yo descendiera. Me ofreció su brazo y recorrimos el par de metros que hay de la acera hacia la puerta. Pinchó el botón del timbre para que yo no lo hiciera. Mi madre apareció unos instantes después, envuelta en una bata de noche que hacía juego con sus pantuflas. —¡Niña, por Dios, pensé que no llegaríais! —me dijo muy preocupada.
Hice las presentaciones de rigor y puse a mi madre en contexto. Ella, en un intento por compensar la cortesía de Manolo le invito a beber un café. Él, agradeció el gesto. Le dijo que no porque debía llegar a su apartamento para terminar unas diligencias que llevaría a cabo a la mañana siguiente. —¡Espero que la invitación quede abierta!—. Le dijo Manolo a mi madre en un tono complaciente. Acto seguido se despidió…, de mí, con un beso en la mejilla, de mi madre, con un beso en el dorso de su mano. —¡Vaya, hija, que te ha tocado la lotería!—. Espetó mi madre jubilosa mientras observábamos el auto de Manolo perderse en la bocacalle. Le expliqué que se trataba tan sólo de un compañero de trabajo, ella me incitó para que lo conquistase. Me sentía cansada, así es que sólo le sonreí y me fui hacia mi recámara.
«No estaría mal, nada mal», recapitulé el evento en lo que me ponía el pijama. La imagen de Manolo se alojó en mi mente… «Hasta mañana, cariñet.» dije para mis adentros, como si él me escuchara.

Seis meses después…

—¡Joder! ¿Acaso no entendéis lo que te digo? Actuáis como una retrasada mental, os he dicho que por hoy no te puedo ver, y ya no me quitéis el tiempo que estoy bastante liado!—. Colgó, en mi móvil tan sólo se podía leer —llamada terminada— De qué me sirvió el haber soportado injurias, malos tratos, incluso, el haber aceptado el meterme a la cama de un cliente que no quería firmar un contrato, todo por órdenes de Manolo. Me paré frente al espejo, la cicatriz que marcaba mi rostro se resistía al maquillaje…, «por poco y me saca el ojo.» Musité.
La golpiza que me había propinado Manolo casi me cuesta la vida. Cuántas y cuántas veces tuve que soportar su conducta tan violenta. —“Perdona, cariño, te prometo que no te golpearé de nuevo” —me decía. Pero más tardaba en disculparse que en repetir tan vergonzante evento. Era como el demonio, sobre todo cuando se drogaba.
Acaricié la pequeña pistola que había adquirido un par de días atrás, deseaba terminar con mi existencia.
Mi madre, cuánta razón tenía… Había muerto a causa de un padecimiento que no supimos prevenir; “cáncer de mama”. Sola, desesperada por la ausencia de mi madre fallecida y por el abandono en el que Manolo me tenía sumergida, tomé con determinación la decisión de terminar con mi vida. Lo haría, pero no allí, en la casa que fuera de mis padres. Guardé la pistola en mi bolso y me salí con rumbo hacia la ladera. Allá no encontrarían mi cuerpo, al menos no en unas semanas.
Había adoptado el hábito por fumar, así que encendí un pitillo al tiempo que caminaba hacia mi destino. Un auto conocido llamó poderosamente mi atención, era el de Manolo. Iba acompañado de una de las clientas de la empresa. Sonreían. Alcancé a mirar que se introducían en un Hotel. —¡Maldito, hijo de la gran puta!—. Grité entre sollozos al tiempo que apretaba los puños de ambas manos. —¡Y yo que pensaba quitarme la vida por tu abandono…!
Me aposté en el vestíbulo del hotel, sin importarme el tiempo que tomara su salida. El ascensor abría y cerraba las puertas, pero mi vista no se apartaba un sólo instante de ellas. Uno de los mozos del hotel me preguntó cortésmente si se me ofrecía algo. Le dije que esperaba a uno de los huéspedes. No insistió.
Tres horas después, al fin, mi espera daba sus frutos. Saqué de mi bolso la pistola y me planté frente a ellos… —¡Hola, Manolo!, ¿qué tal fue con tu reunión, habéis logrado el contrato?— Ambos me miraron estupefactos mientras yo les apuntaba con la pistola hacia la cara. Manolo dio un par de pasos atrás, la sonrisa de sus carnosos labios se había desdibujado. La señora se había quedado muda, tan sólo atinaba a llevar sus manos a la altura de su pecho. —¡Espera, mujer, que puedo explicarlo todo!—. Esas fueron sus últimas palabras, yo había jalado del gatillo.
No supe de la señora que lo acompañaba, ni de mí… reaccioné justo cuando una de las celadoras me ordenaba. —¡Jolines, que cojas el puñetero uniforme, guarra!—. Me encontraba en el interior del penal, sin duda un nuevo infierno para continuar. Muerta en vida.
Fui conducida a la que sería mi celda… —¡Bienvenida, bienvenida, bienvenida!— Coreaban al unísono las reclusas a mi paso. Muchas veces había escuchado historias sobre los penales. Entendí lo de la “Bienvenida”.

***


La hora de salir al patio general había llegado. —¡Tus zapatillas, dámelas!— Se trataba de una de las líderes, recluida por asesinato. —O si no, ¡¿qué?!— le dije dispuesta a todo. De entre sus ropas, ella sacó una punta metálica, cuidando que las celadoras no la vieran… —¡Te mueres aquí mismo, maldita perra!—. Me dijo en tono amenazante tomándome por la solapa… La miré fijo, para después escupirle a la cara. Es lo último que recuerdo, una luz blanca, distorsionó mi mirada.


FIN



Autor. Roberto Soria - Iñaki
Todos los derechos reservados

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sábado, 11 de noviembre de 2017

Invitación para mañana




Hagamos arte en cualquiera de sus formas. Dejemos las guerras para los inadaptados.
Si habremos de manchar nuestras manos que no sea de sangre, hacedlo con chocolate, o tal vez con mantecado.
Miremos el futuro, se puede hacer a través de los ojos de los niños. Juguemos con ellos, no necesitamos de mucho, tan sólo tiempo.
Pronunciemos miles de -te amo-, uno de ellos llegará a la persona indicada. Lo único malo que te puede suceder es que te llamen loco, como este loco que te ama a través de la pantalla.


Roberto Soria – Iñaki

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Así te quiero


Querer tocarte
Sin importar que la distancia sienta celos
Sin ofender la intimidad de nuestros miedos
Para mirar entre tus brazos el consuelo
Si, así te quiero.



Roberto Soria - Iñaki

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Sonata mía



Sonata mía
Sin un compás que te contenga en cuatro tiempos
Sin esa pauta que limita tus deseos
En ese solo en libertad que abraza al fuego

Serán tus notas
Las que conquisten el color de mi sosiego
En decibeles que asesinan nuestro ego
Mientras tu ritmo se desnuda en el solfeo.



Roberto Soria - Iñaki
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