Ahí se encontraba, con el
cabello golpeando sutilmente sus facciones, mirando las olas que rompían el
acantilado aquel que de morada me servía. Contemplé la luna, con esos destellos
parecía que sonreía. Volví mi rostro hacia la arena, se había marchado, la
mujer que de la nada mi corazón había robado.
Pescador de peces, cierto, humilde
y soñador como los hombres cotidianos de aquel puerto. Ella, mujer fina, de
familia acomodada, hija del patrón que mis servicios contrataba. ¡Vaya lío!
Cómo pude enamorarme de quien para mí, era prohibido.
Aún así le cantaba,
sintiéndome el Neptuno que suspira a la sirena que se sabe afortunada. ¿Amigos?
Pocos. Era algo inexplicable porque el brillo de mis ojos era limpio, como el
mar que me bañaba.
A la mañana siguiente me
dispuse a la faena. Estaba al punto de soltar mis redes cuando una voz
autoritaria me ordenaba —¡Hey, tú, pescador, venid acá de inmediato!—. Era el
patrón. Solté las mallas y descendiendo del velero corrí para atender su
llamado —Iñaki, ¿verdad? —A sus órdenes, señor, en qué os puedo servir —Mañana
cumple años mi hija, Sofía. ¿Le conocéis? —La he mirado algunas veces —Bien. Sé
de tu destreza, es por eso que me acerco a ti para pediros que cojas el Pez
Vela más grande de estos lares, ya tú sabes, en trofeo para mi hija. Os daré
una recompensa —Intentaré tal encomienda, mi señor —No intentes, mejor logra.
Regresé a mi embarcación, no
era la plata la que me movía para conseguir aquel afán, sino ella. Imaginé su
cara esbozando una sonrisa para mí al presentar ante sus pies tan bella presa.
Poder estar frente a sus ojos sería para mí la verdadera recompensa.
A la mañana siguiente me
interné sobre las aguas, decidido, en espera de encontrar al majestuoso pez
para ser favorecido.
Seis horas transcurrieron, pero nada, casi me doy por vencido. Más de pronto miré a lo lejos su figura,
haciendo saltos jubilosos como retando a las olas. Marlín enorme, tres metros
de largo, sin duda 120 kilos de peso. Azul metalizado, con esa aleta en el
dorso que le hacía lucir muy poderoso.
No fue fácil, pero pico el
anzuelo. Luchó, como un gran guerrero que se sabe acorralado, moviendo el
cuerpo con destreza, ensayo inútil por escapar de los jalones que mis brazos
fabricaban, todo por sentirse libertado.
Quizá treinta minutos, es el
tiempo que estimé duró el encuentro, con mis manos ya cansadas, algo ensangrentadas.
Se había rendido.
***
—¡Jopeta! El pez más grande
que jamás he visto —¿Os gusta? —Sin duda padre mío. Pero decidme ¡¿Quién ha
sido el valiente que ha logrado tan osado desafío?! —Ahora le conoceréis, le he
mandado llamar. Es uno de los pescadores que laboran para mí, nadie en especial.
Esa mañana uno de los mozos
del patrón había ido en mi búsqueda. En cuanto transmitió la orden me puse
listo con mis mejores ropas, desgastadas ellas, pero limpias. Con mi cabello
recién acomodado me dispuse con el pecho erguido, emulando a los grandes caballeros
de los tiempos medievales. Por armadura, mis harapos, y por espada, el arpón
que a la bestia dominara.
—¡Sofía, Sofía! —Ordenad,
querido padre —Mirad, este mozo es quien trajo para ti tan bello obsequio —Vaya,
sí que sois valiente. Pero dime ¿Sois del pueblo? —Sí, de la choza en el
despeñadero —¡Vaya!, no os había visto antes.
El patrón emitió una tos
fingida para poner fin a nuestro dialogo. Traía consigo una talega pequeña
colgando de su diestra —Aquí tenéis, es tuya. Mis promesas son cumplidas —No mi
señor, la recompensa ya fue recibida —¿Estáis demente, pescador? —Ya no estoy
seguro, mirar los ojos de Sofía me ha dejado dudas —¡Calla, insensato! —Disculpad,
mi señor, no he querido ofenderos en ninguna forma, sólo quise decir lo que
sentía —¡Qué te calles, os digo! —Permiso para retirarme. Hasta mañana,
señorita Sofía —¡Basta, mentecato! Apresadle, señor comendador, y dadle azotes
hasta que su cuerpo brame. Es obvio que requiere de castigo.
El comendador, falto de
voluntad y sumiso intentó con su voz imperceptible disuadir al patrón de
decidir por el enfado —Pero, Don Fernando, tan sólo ha querido ser amable con
la pequeña Sofía —¡Nada!, no aceptaré negativa de tu parte, debe servir de
ejemplo para todos. ¡Así es que venga!, que la lección se convierta en marco
para coronar la fiesta.
Me azotaron una treintena de
veces. Herido y debilitado entre varios lugareños me arrojaron a la calle —¡Y no
regreses!—. Advirtieron.
Como pude me arrastré rumbo
a la playa, con un premio que llevaba la etiqueta de condena. Y me refugié en
los montes, para no ser apresado injustamente.
Pasaron cuatro semanas, las
heridas de mi cuerpo habían sanado, pero las del corazón seguían sangrando.
Regresé a la zona, en espera de recuperar mi trabajo para mantenerme.
En busca del capataz caminé
por las arenas, más no pude continuar, una voz ya conocida me invitaba —¡Pescador,
espera pescador! —Era ella, quien corría descalza para darme alcance —¡Señorita
Sofía! No ha debido llamarme, si su padre se entera seguro manda matarme —No
temáis, y no me llaméis señorita, tan sólo dime Sofía —Pero —Anda ¿Sabes? Tengo
una deuda pendiente contigo, no he podido daros las gracias en aquel día —No
diga eso, lo hice con gusto —Lo sé. Mi padre es un salvaje, mira que haceros
castigar por lo que habéis dicho —Tal vez tuvo razón, después de todo no soy
nadie —Equivocado estáis, para mi eres un gran pescador, un pescador de sirenas.
Anda, nademos en la mar —Pero Sofía, ¡está muy picado en estos momentos! —No
pasa nada, anda, antes que venga mi padre.
Corrió para internarse entre
las aguas. Yo quedé petrificado contemplando su belleza, admirando por completo
su figura… Pero una ola le dio alcance, se la llevó sin miramientos. Corrí en
un intento desesperado por salvarla, pero el mar embravecido me apartaba con
fiereza. Seguí luchando, hasta que su mano se aferró de mi antebrazo. Nos
miramos, a lo lejos escuchamos unos gritos —¡Hija, mi hija, jolines, hagan
algo! —Era tarde, nuestros cuerpos por la mar fueron tragados. Jamás nos
encontraron.
Nadie puede vernos, pero
cada tarde nuestras huellas dejan rastro por la arena, pies descalzos, y una
voz acompañada por las olas puede oírse, muy profunda, canto raro. Es Sofía,
quien tomada de mi mano me sonríe, y me dice… —Bien amado, pescador de la sirena
que te tiene enamorado.
Roberto Soria - Iñaki
No hay comentarios:
Publicar un comentario