La tecnología por una parte nos impulsa, nos convierte en seres
vanguardistas, actualizados y duchos en el manejo de tantos artilugios que en teoría
simplifican nuestra vida. Sin embargo y con tristeza observamos que el precio a
pagar por obtener dichos avances es muy alto, nos vamos perdiendo a una
velocidad vertiginosa entre lo espeso de la incongruencia, los padres ya no
hablan con los hijos y viceversa, la disociación familiar es ya una constante, el ejercicio mental es cosa del pasado gracias al chip externo que siempre nos
acompaña, ese dispositivo que almacena megas y gigabytes de información que nos
resuelve cualquier duda.
La convivencia empieza a buscar un sitio en los registros
del pretérito, la conciencia sobre los actos que ejecutamos se vuelve nula,
hacen falta esquemas, incluso legislaciones que regulen el uso de tan paradójico
progreso.
Hoy en día la población en nuestro país como en muchos otros
sufre los cambios conductuales que se reflejan en las nuevas generaciones, brechas
que se vuelven abismales en todos los sentidos, más que nunca ese viejo adagio
de “los patos le tiran a las escopetas” es parte cotidiana en la juventud.
Sin embargo, qué o quiénes contribuyen para que la era
tecnológica se apodere de las mentes frágiles y esnobistas. ¿En realidad
evolucionamos?, o tan sólo revolucionamos, y mucho tiene que ver la relegación evidente de los valores, aunada
a la ambigua interpretación y fundamentación de los derechos humanos genera
confusión en el deber ser.
Delegar responsabilidades y conjugar de manera correcta el
don de mando con el don de gente no es algo baladí, filosofía que se ve mermada
cuando los roles de los actores no está bien definida, cada miembro de una
familia y de cualquier organización tiene obligaciones, responsabilidades,
derechos, pero se frustran ante la confusión que se obtiene al carecer de
acuerdos fundamentados.
No hay metas, objetivos, filosofía, valores, misión, visión,
políticas. Cada quien con sus mejores argumentos termina llevando agua a su
propio molino creyendo que hace lo correcto, sin trabajar en equipo tratamos de reinventar el hilo negro en lugar
de aprovechar los recursos ya existentes, y no es que sea contrario a la
creatividad de los genios que contribuyen al desarrollo de la humanidad no,
reitero la esencia del rol, de las habilidades, de las capacidades que cada uno
posee.
Comprender y balancear defectos y virtudes no es sencillo, pero en la
medida en que se logre los beneficios serán sustanciales.
Dejo en el tintero la disyuntiva de construir para destruir,
o bien, la de renovarse o morir, cualquiera que sea la elección debería estar
sustentada en el bien común, en el de la preservación de las especies.
Hasta pronto.
Roberto Soria - Iñaki
Roberto Soria - Iñaki
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